Su estigma la reduce a la oscuridad, siempre a la sombra de cualquiera. Aprendió a vivir bajo un manto de secretismo y engaños que jamás llegó a creerse, reduciendo toda esperanza a alguna sonrisa espontanea.
Nadie la ve pasar por la calle, nadie la mira ni la siente, se ocultó en otra dimensión para nunca más ser víctima de ilusiones y fantasías falsas.
Pero mucho antes, cuando aún miraba las estrellas, era eclipsada por su brillo, por cualquier brillo, en realidad, por cualquier pequeñez que se situara a su lado. Todos la querían hasta que nadie la quiso, todos la echaban de menos hasta que olvidaron su existencia.
Entonces, y solo entonces encontró quien la acompañaría para simepre, el silencio.
Era nada entre todos, era nadie para todos. Abandonó su corazón helándose ante una fría noche de invierno, entre espinas, para herir mortalmente a quien quisiera robárselo de nuevo.
Con el corazón olvidado en cualquier lugar espinoso, dejó de levantar la vista al cielo, no quería escuchar el rumor del mar y nada podía conmoverla ya.
No lloraba, no reía, no sentía, solo moría por dentro, muy lentamente.
Una calzada rompe el equilibrio de un pueblo hace mucho deshabitado. Las puertas y ventanas bien cerradas. El cielo gris se confunde con el color de la piedra de las oscuras casas, ninguna luz, ninguna voz cercana. Así era su interior, como una aldea abandonada.
Un día ella misma olvidó su nombre, se lo llevó el viento en una violenta ráfaga. Su cuerpo se volvió ceniza y se deshizo poco a poco , fundiéndose con el aire, desplomándose en la arena, sin ser vista, sin ser sentida, sin ser nunca añorada.
Solo quedó el fantasma de un pasado que nuncá fue el suyo, vagando solo, por las calles empedradas, hasta siempre...
Nadie la ve pasar por la calle, nadie la mira ni la siente, se ocultó en otra dimensión para nunca más ser víctima de ilusiones y fantasías falsas.
Pero mucho antes, cuando aún miraba las estrellas, era eclipsada por su brillo, por cualquier brillo, en realidad, por cualquier pequeñez que se situara a su lado. Todos la querían hasta que nadie la quiso, todos la echaban de menos hasta que olvidaron su existencia.
Entonces, y solo entonces encontró quien la acompañaría para simepre, el silencio.
Era nada entre todos, era nadie para todos. Abandonó su corazón helándose ante una fría noche de invierno, entre espinas, para herir mortalmente a quien quisiera robárselo de nuevo.
Con el corazón olvidado en cualquier lugar espinoso, dejó de levantar la vista al cielo, no quería escuchar el rumor del mar y nada podía conmoverla ya.
No lloraba, no reía, no sentía, solo moría por dentro, muy lentamente.
Una calzada rompe el equilibrio de un pueblo hace mucho deshabitado. Las puertas y ventanas bien cerradas. El cielo gris se confunde con el color de la piedra de las oscuras casas, ninguna luz, ninguna voz cercana. Así era su interior, como una aldea abandonada.
Un día ella misma olvidó su nombre, se lo llevó el viento en una violenta ráfaga. Su cuerpo se volvió ceniza y se deshizo poco a poco , fundiéndose con el aire, desplomándose en la arena, sin ser vista, sin ser sentida, sin ser nunca añorada.
Solo quedó el fantasma de un pasado que nuncá fue el suyo, vagando solo, por las calles empedradas, hasta siempre...
2 comentarios:
¡Vaya historia de fantasmas!
Uuuuf! Que historia más triste y oscura!
Besos de pantera.
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